lunes, 16 de julio de 2012

De Vacaciones con Monsieur Tati


Jacques Tati fue uno de los genios del humor cinematográfico más reseñables. Brillante al igual que Charles Chaplin o Buster Keaton, por cuyos trabajos se vio influenciado a lo largo de su obra en distinto grado. Como ellos, fue un artista que tanto podía interpretar, escribir o dirigir sus propios proyectos. Mas, pese a haber conseguido un gran éxito en Europa y América, su nombre nunca resonó con tanta fuerza como la obtenida por los otros dos. Quizá esto sea debido a su origen galo, a su empeño por mantener la independencia artística o a que su producción, atendiendo a los largometrajes creados, no fue tan extensa si la comparamos con la de Chaplin o Keaton –dado que Tati era un perfeccionista al que le gustaba madurar sus creaciones a lo largo de varios años–.

Con Las vacaciones del Sr. Hulot, sigue las desventuras, generalmente inofensivas, de Monsieur Hulot –interpretado por el propio Tati– y se procede a la introducción del bien intencionado fumador de pipa un tanto torpe, Sr. Hulot, que luego reaparecerá en distintos filmes de Tati, tales como Mi tío (1959), Playtime (1967) o Trafic (1971).

El memorable señor Hulot, con su figura alta y delgada, de andares extraños y gran flexibilidad; representaba a simple vista una apariencia más anglosajona que francesa, con su pipa, su sombrero, su gabardina y su paraguas/bastón –de los que nunca se desprendía, convirtiéndose en sus señas identificativas–. Hulot es un solterón de buen corazón y gran voluntad, muy educado, pero también extremadamente patoso y algo despistado e inoportuno.  Con él se reflejaba a la perfección a un tipo de hombre común, anodino, solitario e inadaptado, que intenta relacionarse con los demás, pero que no acaba de encajar en las reuniones sociales, donde constantemente es confundido.

El protagonista, pasa sus vacaciones de agosto en la playa de un pintoresco resort en Britania, a dónde llega al volante de su ruidoso y ruinoso automóvil rompiendo la tranquilidad del lugar, así como la de los demás veraneantes. Por lo que, desde el principio, sabremos a través de su presencia y su manera de conducir que se encuentra como pez fuera de la pecera. Con la obra, se busca satirizar algunos elementos retrógrados que caracterizaban a la policía francesa y a la burguesía de la época, a través de unos personajes que no son capaces de liberarse de sus rígidos roles sociales ni en el período de descanso y relajación. Además, se presenta una burla a la sociedad occidental de post guerra por permitir que su trabajo prime sobre su tiempo libre y que la tecnología tenga más peso que los simples placeres de la vida.

El flujo sonoro de un filme –en general– se caracteriza por el aspecto más o menos ligado y fluido entre sus distintos componentes, sucesivos y superpuestos o, por el contrario, más o menos accidentado y fragmentado en cortes secos, que bruscamente suspenden un sonido substituyéndolo por otro. La impresión general de éste flujo del sonido, es consecuencia no del montaje empleado o de la consideración de los componentes por separado, sino de la mezcla que se forma por la unión de todos ellos. Jaques Tati emplea efectos sonoros extremadamente puntuados y marcados, creados por separado y delimitados en el tiempo, cuya sucesión daría lugar a una banda sonora fraccionada y convulsiva, si no emplease para enlazar el conjunto, unos elementos de ambiente continuo –por ejemplo los ambientes “fantasmas”, como los juegos playeros–  que se emplean a modo de lazo de unión y disimulan las rupturas del fluir de los elementos.

Los sonidos consiguen evocar un “más allá de la imagen”. Por ejemplo, la escena playera –en la que se nos muestran a distintos (torpes) veraneantes con rasgos de preocupación mostrados en  sus caras– se ve reforzada por el ambiente sonoro que la baña. Un ambiente de juegos y gritos veraniegos que de verdad parecen haber sido captados durante un baño estival. La imagen nos resulta agobiante, mientras que el sonido nos aporta un toque de comedia. Se revela entonces un mundo donde adultos y niños se divierten, donde se escuchan reprimendas y llamadas. Sin el sonido –si sólo contásemos con la imagen– nada de ello sería expuesto.



Del mismo modo que esto sucede, la imagen se muestra a partir de una iluminación plana –tanto en los interiores, como en las escenas en exteriores–, mientras que el sonido, paralelo a los juegos, goza de diversos planos escalonados según la profundidad auditiva. Tenemos pues, en esta escena, dos percepciones de un mismo todo superpuestas –aunque determinados sonidos aparezcan también para animar y concretar ciertas acciones mostradas en imagen–. Estos dos universos están muy lejos de ser simétricos, ya que el uno está en la pantalla y puede ser nombrado –de hecho se incita al espectador a que lo haga colocando su punto de vista en una terraza desde la que Tati nos invita a observar la escena–; mientras que el otro, el sonoro, es el que no puede ser designado. Las frases pertenecientes a otros bañistas o niños las escuchamos  y quedan automáticamente registradas en nuestra memoria, pero nos damos de cuenta que  uno de los mundos tiene un carácter mucho más fantasmagórico que el otro: el del sonido.

Encontramos aquí un caso extraño ya que, no se comporta ni como un contrapunto, ni a modo de una aportación añadida, sino más bien como si de una especie de vaciado audiovisual se tratara, en el que el uno se divide por el otro –en vez de multiplicarse– y el cociente obtenido sugiere otra realidad.

El universo Tati es un mundo diáfano y delicado en el que a uno le gustaría perderse. Soleado y cristalino, parece creado a partir de la imaginación de la mente de un infante,  donde domina el candor y la ingenuidad, no existiendo espacio para la maldad. Por ello,  no debe sorprender la importancia de los niños, y de manera equiparable a los animales. Una de las secuencias que mejor recogen este hecho es aquella en la que un niño compra unos helados en un puesto de la playa. Es tan pequeño, que ni siquiera llega al mostrador y sólo se nos muestra su mano sujetando el dinero; después sube dificultosamente unas escaleras de piedra con un cucurucho en cada mano, provocando en el espectador una gran angustia al temer que se caiga, pero finalmente logra su propósito y su satisfacción es la nuestra.

Sin embargo, tras esta apariencia inocente e inofensiva, y de la forma más natural del mundo, Tati va construyendo su crítica contra la sociedad del momento –algo que se irá incrementando, y al mismo tiempo acentuando, en sus siguientes obras–. El autor, como un gran observador, es una especie de esponja infinita que absorbe todos los signos de su tiempo y los síntomas de la naturaleza humana.  Sus personajes, rozando la caricatura, son estereotipos absolutamente reconocibles en cualquier civilización industrial avanzada, radicando en este hecho, el gran poder de vinculación con el espectador. 



La línea argumental se antoja simple, pero es una falsa impresión. A partir de la entrada del Señor Hulot en un entorno que le es ajeno, se ofrece la posibilidad de enlazar una serie de divertidos gags visuales –en la línea del slapstick– que demuestran un minucioso estudio de los mecanismos e influencias de la comedia. Tati piensa en imágenes, haciéndonos asistir a un continuo discurrir, dinámico, fresco y transparente.

Algunos de los habilidosos gags a los que Hulot recurre en esta obra,  tienen como protagonista el deporte. Uno de ellos se produce durante un partido de tenis, cuando él vence a todos sus rivales sin haber jugado antes, tan sólo limitándose a repetir una serie de movimientos.

Las Vacaciones del Señor Hulot, a pesar de ser una película sonora, podría ser considerada como una especie de prolongación del cine mudo, por la abundante mímica que emplean los personajes para mostrarnos sus sentimientos, llegando incluso a sustituir a la palabra hablada en determinadas ocasiones. En esta obra, apenas hay diálogos en el sentido habitual del término. Las conversaciones que escuchamos, así como los murmullos, frases aisladas, exclamaciones o asentimientos rudimentarios en ocasiones casi incomprensible, forman parte del ruido ambiental, de esa “banda sonora” donde también confluyen una iterativa pieza musical y la destacada profusión de sonidos producidos por la acción, tales como choques, golpes o crujidos. Esta concepción de lo sonoro reafirma esa sensación de retrato coral del entorno  llegando marcada por los distintos elementos que se congregan en la trama.

* Andrea Carleos, Enero 2011