domingo, 9 de octubre de 2011

El Gran Dictador Chapliniano

El Gran Dictador (1940) se presenta como la primera película hablada de Charles Chaplin, y el film con el cual éste inicia su andadura por la temática dramática-realista que acompañará a sus obras posteriores.



Continuando la línea crítica iniciada con su anterior película, Tiempos modernos (1935), Chaplin elige para en esta ocasión uno de los temas más dramáticos y preocupantes de la primera mitad del siglo XX, el alzamiento de los regímenes totalitarios y la expansión del fascismo por toda Europa. Su planteamiento es firme desde el comienzo, lo que le acarraría grandes problemas a la hora de presentar el filme. Las causas son sencillas: Estados Unidos se mantenían neutrales respecto al conflicto y lo que menos deseaban es que esta película le pudiera traer consecuencias negativas con cualquiera de los países implicados en la futura guerra. Pese a las coincidencias que podemos ir descubriendo a lo largo del filme entre la dramatización y la realidad (por ejemplo: la invasión de Ostelrich por parte del ejército de Tomania y la invasión alemana de Polonia), el origen de la película se remonta al año 1938 cuando nada de esto había sucedido todavía.

Chaplin, estudió al dictador alemán Adolf Hitler durante dos años, con lo que el proyecto lo definió como un cóctel de drama, comedia y tragedia en la que se retrata la figura grotesca de un hombre que se cree un superhéroe y que piensa que sólo él tiene el don de la opinión y la palabra. De hecho, se emplea la figura de Hitler para realizar una continua parodia de las ideas políticas, culturales, sociales y económicas que defendía el nazismo; pero al mismo tiempo empleando una dualidad en el punto de vista, Chaplin es Hynkel pero también es el barbero.  

Desde el principio se muestran de forma  paralela las actividades del dictador Hynkel –y sus colaboradores en la sede del gobierno de Tomania– y las peripecias que sufre el barbero judío a su regreso al hogar tras estar varios años recluido en un hospital militar, en el que ha permanecido apartado de todo lo que estaba sucediendo en su contexto inmediato. Esta dualidad le es útil al actor-director para representar por un lado las miserables condiciones en las que viven los judíos en el gueto, mientras que por el otro podemos ver como Hynkel dispone de tanto tiempo libre que puede dedicarse a “jugar” con "su" globo terráqueo.  Además de esto, entre los personajes principales existe una gran diferencia:  mientras Hynkel basa toda su fuerza en el uso de la palabra, el barbero se crea a modo de un Charlot judío y silencioso. Este barbero, igualmente solitario e inocente, prácticamente no dice una sola palabra a lo largo de toda la historia, y cuando lo hace, su habla no tiene la menor relevancia con respecto al desarrollo de la acción.


Aunque Chaplin aún representaría un papel más, a él mismo. En el momento decisivo de la historia, Chaplin abandona su dualidad pretérita y toma la palabra como el verdadero Charles Chaplin lanzando un canto a la esperanza tan optimista como desesperado. Es la primera vez en la que un actor interrumpe un filme con un discurso personal y, sobre todo, más importante aún, teniendo en cuenta la época en la que lo emplea. En un primer momento la idea no era esa, pero mientras se grababa esta escena, los alemanes estaban ocupando Polonia, por lo que Chaplin se arriesgó, lo cambió y decidió posicionarse abiertamente. Pero además, deja patente que Charlot, el alter ego que lo hizo ser conocido internacionalmente a través de sus películas mudas, ha muerto. Su cine abandona el burlesco americano. Se aproxima de la comedia al mundo real. La máscara se retira. Bazin hablaba de la adherencia biológica en la relación de Chaplin con Charlot: los espectadores han visto evolucionar a Chaplin-Charlot, pero ahora ven a un Chaplin envejecido distanciado de Charlot.

El “payaso” se adelanta y nos mira en primer plano. Es un discurso sobrecogedor, no sólo para la época sino incluso para nuestros días. Chaplin no había cesado de ir hacia la innovación. A pesar de ser uno de los creadores de Hollywood, siempre estuvo la crítica, pero más la escenografía. Y su genialidad se hace patente cuando, con su guión, se burla de la forma de hablar de un dictador, el cual etimológicamente significa "el que habla". A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Hynkel, el dictador de Tomania, es mostrado como un hombre egoísta, con un toque infantil y cierta carga de inseguridad. Al fin y al cabo, un ser incapaz de tomar decisiones de ninguna índole y menos aún de dirigir un país: la bola del mundo con la que juega en una de las escenas más destacables del film, acaba explotando, física y simbólicamente, en sus manos. Pero Hitler no es el único personaje real que se retrata por medio de las parodias en esta obra. El dictador de Bacteria –nombre simbólico donde los haya–, Benzino Napoloni, está claramente inspirado en el fascista italiano Benito Mussolini. Garbitsch (derivado del inglés garbage: basura), el secretario del interior y ministro de propaganda de Hynkel, es la representación fílmica de Joseph Paul Goebbels, ministro de educación popular y propaganda del gobierno nazi. Y, por último, el Mariscal Herring evoca al Mariscal Hermann Wilhelm Göring, responsable de las fuerzas aéreas y uno de los máximos dirigentes de la Gestapo. Al mismo tiempo, también se imitan símbolos de la época pero de nueva bajo una nueva a apariencia. Es el caso de la cruz gamada de los nazis, la cual aparece transformada en una doble cruz aprovechando un juego de palabras anglosajón que nos remite a la idea de estafar.

Con respecto al discurso, o más bien a los discursos que se van presentando a lo largo del filme, podríamos hablar de tres grandes momentos: el de Hynkel inicial, el que este emplea a mitad del filme y, por supuesto, el gran discurso final.

El inicial, se basa en la incomprensión de todo el discurso posterior. Hay que prestar atención a la comicidad y los paralelismos que se emplean. Es la presentación, a partir de la caracterización más perfecta del personaje. Es como que Chaplin trata de indicar que Hynkel se parece a Charlot –se trata también de un payaso–. Nos encontramos ante un juego de burla en el que se alcanza un nivel político a través de la voz. Un Chaplin que casi había sido mudo, rompe su silencio. En un discurso de Hitler, la forma era tan importante como el contenido, por lo que, para esta ocasión, se usa un marcado juego con la acústica, mientras se pone el acento en lo potencialmente humorístico. Todo ello se queda supeditado a los sonidos que emite Hynkel, al que sólo entendemos a través de la voz del traductor.

El discurso central es escuchado sobre la imagen del barbero cuando, tras la furia, Hynkel rompe la paz con el gueto. Charlot hace una especie de retorno para reproducir gestualmente los gritos de Hynkel. De esta forma, conviven voz y gestos en la misma imagen. La dificultad ha aumentado, pues hemos perdido al traductor y ahora nuestra comprensión se basa en los gestos del barbero-Charlot. La esterilización de la voz y el peso de la gestualidad vuelven a hacer una especie de movimiento sísmico que llega a concretar. Es la única manera de tenerlos a los dos en cuadro. Así el acoplamiento, la alternancia,  deriva en la culminación del discurso final –es el barbero hablando con la imagen de Hynkel–.

El último discurso, más que una crítica al fascismo y a los gobiernos totalitarios, es un canto a la esperanza, la democracia, la paz y la libertad. El mensaje del filme, claro y contundente, es subrayado por Chaplin en el mítico discurso final, organizado para celebrar la anexión de Ostelrich a Tomania. El dictador Hynkel es confundido con el barbero por sus propios hombres y este, tras el discurso del ministro de propaganda Garbitsch en el que dice - "Hoy en día, democracia, libertad y igualdad son palabras que enloquecen al pueblo. No hay ninguna nación que progrese con estas ideas, que le apartan del camino de la acción. Por esto, las hemos abolido. En el futuro cada hombre tendrá que servir al Estado con absoluta obediencia" - se ve obligado a dirigirse a una audiencia de millones de personas para transmitir en esta ocasión unos ideales bien distintos: 

"Lo siento pero yo no quiero ser un Emperador - ese no es mi negocio - no quiero gobernar o conquistar a nadie.  Me gustaría ayudar a todos si fuera posible, a los judíos, a los gentiles, a los negros, a los blancos. Todos queremos ayudarnos los unos a los otros, los seres humanos somos así. Todos queremos vivir por la felicidad de todos, no por la miseria de los demás. No queremos odiar y despreciarnos el uno al otro. En este mundo hay espacio para todos y la tierra es rica y puede proveernos a todos. El modo de vivir puede ser libre y hermoso, pero hemos equivocado el camino. La avaricia ha envenenado las almas de la gente.  Ha levantado barricadas de odio en el mundo; ha dado en nosotros un paso de ganso hacia la miseria y el derramamiento de sangre. Hemos desarrollado la velocidad pero nos hemos encerrado en las máquinas que nos dan abundancia, que nos ha dejado sin deseos. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia nos ha endurecido y quitado toda amabilidad. Pensamos demasiado y sentimos muy poco: Más que la máquina, necesitamos a la humanidad; más que a la inteligencia, necesitamos la bondad y la suavidad. Sin esas cualidades, la vida será violenta y todo estará perdido. El avión y la radio nos han acercado. La naturaleza misma de esas invenciones pide a gritos la bondad entre los hombres, clama la hermandad universal para la unidad entre todos nosotros. Incluso ahora, mi voz llega a millones en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y pequeños niños, todos víctimas de un sistema que hace que hombres torturen y encarcelar a gente inocente. A todos los que pueden oírme les digo: "No se desesperen". La miseria que ahora cae sobre nosotros es sólo el pasar de la avaricia, la amargura de los hombres quienes temen el camino del progreso humano: el odio de los hombres pasará y los dictadores morirán y el poder que ellos tomaron de la gente, regresará a la gente y mientras que los hombres ahora mueren, la libertad nunca perecerá... ¡Soldado! - No te sometas a las bestias, los hombres que te desprecian y esclavizan - los que reglamentan tu vida, y te dicen qué hacer, qué pensar y qué sentir, los que te entrenan, los que te tratan como ganado, como carne de cañón. No te entregues a esos hombres desnaturalizados, hombres máquinas, con mentes de máquinas y corazones de máquinas. Tú no eres ganado. Tú eres un hombre. Ustedes tienen que tener amor por la humanidad, en sus corazones. Ustedes no odian - sólo lo hacen los desnaturalizados, sólo los desnaturalizados que no sienten amor. ¡Soldados! No luchen por la esclavitud, luchen por la libertad. En el Capítulo Diecisiete de San Lucas está escrito: "el Reino de Dios está dentro de los hombres"- no sólo un hombre - sino todos los hombres - en ti, en toda la gente. Tú, la gente, tienen el poder, el poder para crear máquinas, el poder para crear la felicidad. Tú, la gente tienen el poder de hacer la vida libre y hermosa, hacer de esta vida una maravillosa aventura. Entonces, en nombre de la democracia, vamos a usar ese poder - Vayamos todos unidos. Vamos a luchar todos por un mundo nuevo, un mundo decente que dé a todos los hombres una posibilidad para trabajar, que le dé un futuro, una vejez y seguridad. Prometiendo esas mismas cosas, las bestias han tomado el poder, pero ellos mienten. Ellos no cumplen su promesa, ellos nunca lo harán. Los dictadores se liberan pero ellos esclavizan a la gente. Vamos ahora a luchar para realizar aquella promesa. Vamos a luchar para liberar al mundo, para abolir las barreras nacionales, abolir la avaricia, el odio y la intolerancia. Vamos a luchar por un mundo de razón, un mundo donde la ciencia y el progreso conduzcan a la gente hacia la felicidad. ¡Soldados! ¡En el nombre de la democracia, unámonos! ¡Levanta la vista! ¡Levanta la vista! Las nubes se alzan - el sol se abre camino. Salimos de la oscuridad hacia la luz. Entramos en un mundo nuevo. Un nuevo mundo amable, donde los hombres se elevarán sobre su odio y bestialidad. El alma del hombre ha adquirido alas - y por, fin él comienza a volar. Él vuela hacia el arco iris -hacia la luz de la esperanza- hacia el futuro, ese glorioso futuro que le pertenece, me pertenece a mí y a todos nosotros. ¡Levanta la vista! ¡Levanta la vista!".

El mensaje es claro, por lo que el contexto político en el que se enmarca intentaría evitar por todos los medios que llegara a todos aquellos a los que tenía que llegar. La película sería prohibida rápidamente en Alemania –Hitler ya había prohibido las películas de Chaplin en el año 1937–, Italia y todos los países bajo su mandato; mas tampoco se estrenaría en Brasil, Argentina y Costa Rica, entre otros muchos países. En España, el filme quedaría inhabilitado hasta casi entrada de la democracia.

La planificación es exactamente igual –de forma claramente provocada, debido a las connotaciones que eso trae para el espectador– en el primero y el tercero, de tal manera que podrían ser intercambiables. Son como las dos caras de una moneda. La esterilización y la torsión de su voz es un sonido no estandarizado que busca el acercamiento al momento del éxtasis. Siendo una película contemporánea a Rebecca (Hitchcock, 1940), visualmente se muestra anticuada, ya que la evolución de Chaplin no seguía las innovaciones tecnológicas. En sus filmes, las escenas dan la sensación de una cierta inconexión, pero eso está provocado porqué es el quién rechaza la continuidad del montaje para poder moldear la realidad; aunque no desde el exterior, sino a través de impulsos visuales –hasta el momento no empleaba un guión diseñado con anterioridad, el sabía lo que quería contar y lo iba modelando a medida que lo creaba–. De esa forma, las secuencias aparecen como entidades independientes que se pegan, siendo esta especie de arritmia una de sus características más destacables.

El Gran Dictador se muestra como una película en la que, a pesar de estar localizada en una etapa sonora al completo, decide romper con lo establecido y mantener cierta dosis del pasado amado por Chaplin dándole cabida a algunas escenas silentes –en la barbería o en el baile de Hynkel con el mundo–. Es una película cargada de disonancias, de saltos de tono. Las secuencias parecen apuntalarse como pueden a los dos ejes narrativos principales –Hynkel y el barbero-, pero, sin dejar de ser esto cierto, no lo es menos que ciertas secuencias tratan de establecer una estructuración para soportar mejor el caos, de hecho es la primera obra en la que Chaplin incluye el guión.

Son en estas escenas, tales como la del barbero cortando al ritmo de la música y la de Hynkel jugando con la bola del mundo, donde el corte directo establece la cercanía, la cotidianeidad de cada acción con respecto a su protagonista. Son secuencias mudas que nos retrotraen al anterior tiempo de Chaplin y secuencias que nos muestran una rancia pantomima soportadas ambas por unas músicas muy bien seleccionadas. En el corazón de El Gran Dictador aún vive la etapa muda.

Luego de la tragedia vivida con la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo tras el conocimiento de las atrocidades cometidas en los campos de concentración, Chaplin confesaba que: "Si hubiera tenido conocimiento de los horrores de los campos de concentración alemanes no habría podido rodar la película: no habría podido burlarme de la demencia homicida de los nazis; no obstante, estaba decidido a ridiculizar su absurda mística en relación con una raza de sangre pura".

*Andrea Carleos, Enero 2011



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