domingo, 28 de octubre de 2012

Alfred Hitchcock Presenta…

En los años 50, el “Maestro del Suspense”, Sir Alfred Hitchcock, se encontraba en uno de sus momentos más altos de popularidad.  Alcanzó la cima de su creación artística en un Hollywood  que estaba sumido en una dura crisis cinematográfica, a la que se le sumaba el enfrentamiento a un nuevo enemigo: la pequeña caja tonta que poco a poco se iba haciendo hueco en los hogares estadounidenses. Hitchcock, que siempre fue reconocido por sus dotes de “gran visionario”, no presentó ningún problema a poner su imagen y su talento al servicio de un medio que por ese entonces estaba siendo tan desprestigiado.

"Es una vergüenza salir por televisión, pero mi familia quiere comer", dijo, con su habitual ironía, en la presentación de un capítulo de Alfred Hitchcock Presenta…, la serie que se convertiría con el paso del tiempo en una de las más prestigiosas series de televisión, y que contribuiría con su emisión a engrandecer a un medio que todavía estaba en pañales.




La obra se compone de varias historias independientes –de unos treinta minutos de duración cada una–, casi siempre de temática misteriosa o de suspense, repleta de  argumentos escabrosos que nos llevarán a impactantes finales sorpresa.

Hitchcock, aportaba su sentido del humor a las presentaciones y se encargaba de supervisar la producción, pero tan sólo dirigió veinte de los casi cuatrocientos capítulos que componen la serie al completo. Aún así, su mano creativa suele notarse tanto en la elección de las historias narradas, como en la puesta en escena de las mismas.  De su propia cosecha podemos destacar algunas como "Breakdown", donde un petrificado Joseph Cotten apunto está de ser enterrado con vida, "Cordero para cenar" donde Barbara Bel Geddes nos muestra que la mejor manera para esconder el arma de un crimen –en este caso la pata de un cordero–es sirviéndosela de cena a la policía, o "Bang! estás muerto", en la cual un niño armado con una pistola está apunto de provocar una tragedia...

Con la llegada del telefilme, hay algunos cineastas que se quejan de que esa nueva forma de presentar historias no es más que la captación de los sonidos de la radio añadiéndoles imágenes. Antes –refiriéndonos al cine– era el lenguaje de la imagen el que conquistaba el mundo de los sonidos, pero en estos momentos lamentan que sea la radio la que se haga con el mundo de las imágenes.

En cierta manera, estos cineastas “anti-telefilmes”, tienen razón, el mundo de la radio se apodera del mundo de las imágenes, pero eso no es debido, en primer grado, al planteamiento de creación sino al sistema de compra y concesiones marcado en la época. Es decir, son los mandatarios de las grandes empresas radiofónicas los que se hacen con el poder de las primeras concesiones televisivas –las mayors cinematográficas intentaron hacerse con ellas pero no fueron capaces–, por lo que la construcción de las historias nacerán de una forma u otra como si para la radio se trataran pero con el condicionante de que en esta ocasión deben contar con la existencia de una banda de imagen.

Las organizaciones textuales se van a basar sobre todo en el peso de lo oral sobre lo audiovisual. Lo que determina a la televisión de los primeros años, no son tanto sus características físicas, sino el lugar que, entre ellas, ocupa el sonido. Su planteamiento fue conseguir popularidad y que las vidas de los espectadores estuvieran determinadas por su posicionamiento físico y, sobre todo, ideológico. La radio es de esta forma la base de la televisión, entendiéndola por lo tanto, como una prolongación del mundo radiofónico.

El cine, pese a que la desprestigiaba, sabía que era un oponente duro de roer, por lo que intentaba por todas las formas, buscar maneras alternativas de luchar. A finales de los años 40 no se sabía muy bien que hacer contra ella, por lo que en principio se comienzan a retransmitir partidos de fútbol americano en las salas del cine, con el fin de que los espectadores elijan la gran pantalla a la pequeña y acudan al cine a ver los partidos. Con respecto a la emisión de películas por la televisión –antes de los tratados entre las empresas hollywoodienses y las de las televisiones–, toda la programación y sponsorización están determinados por la rivalidad entre el cine y la televisión.

En la televisión tenemos la misma programación que en la radio –atendiendo a los géneros que se programan–, convirtiéndose ésta en una radio a la que se le da la tecnología que le faltaba, pero no en un pequeño cine –según los cineastas–. Esto determina lo que se vino en llamar la transmisión oral de la programación televisiva. La televisión se convierte en una especie de voyeurismo oral, en la que se pueden ver las películas –o series– con los ojos cerrados como si de una radio se tratara. Es curioso pues, que en una película en lo que todo está creado a partir de lo que ve el personaje ahora tiene que estar sustentada en la voz.

Las series que se crean para la televisión ya existían antes en la radio, lo que sucede es que se hizo un traslado de medio, por lo que la cámara se movería por el set mostrándonos lo que antes se nos narraba desde un estudio de radio.



La cámara se desvanece, mostrando la caricatura del conocido perfil de Hitchcock. Suena el tema musical de la serie,  Marcha Fúnebre de una marioneta de Charles Gounod, y Hitchcock aparece por la parte derecha de la pantalla. Camina hacia centro eclipsando a la caricatura y, generalmente, se presenta con un "Buenas noches". Debido a esto, en este caso, tenemos que atender, entre otras cosas, la relación que se crea entre el espectador y el presentador. Con Hitchcock Presenta... el espectador puede ver al creador de la obra presentándosela, aclarándole aquellas cosas que no queden del todo claro o simplemente escucharlo hablar acerca de lo que vamos o hemos visto a través de la pequeña pantalla.

Aunque Hitchcock seguía las pautas del cine, preveía la relevancia que tendría televisión y por ello, comienza a planificar sus obras televisivas como tal, pero llevándolo al máximo. Por ejemplo, si lo que está narrando es la escena de un moribundo que está siendo robado, lo que hace es adecuar el plano a la televisión –empleando el primer plano– y luego lo mantiene fijo mientras el narrador nos cuenta lo que se está produciendo. Es decir, crea sus obras para televisión, pero al mismo tiempo la critica al emplear una técnica que se va al máximo de lo que puede ser transmitido, tendiendo más cara la técnica radiofónica que a la del cine.

La claustrofobia de la pequeña pantalla se transforma con Hitchcock en claustrofilia y la imagen se convierte en tema. Breakdown supone el contrapunto de la pulsión escópica, para trasformarse en un voyeurismo invertido, un voyeurismo oral. Todo lo que sabemos lo sabemos a través de la banda sonora. Se muestra a la muerte dándole toda la importancia –al año siguiente de Rear Window–, buscando la mostración de lo real acercándose al cadáver. Normalmente en los inicios Hitchcockrianos se mostraba un muerto, algo que no solía hacerse en el cine dada la brutalidad de la escena.

Cuando a Hitchcock se le llama para presentar esta serie en televisión lo que se pretendía era hacer más cinematográfico este medio. El cine intentaba evadirse del cine anterior, pero en la televisión lo que se buscada era mostrar cine; que Hitchcock empleara sus planos e imágenes más cinematográficas. Pero la idea del maestro era un poco distinta. Él sustituye el ojo observador por la voz articuladora del relato a través del monólogo interior, para luego multiplicar al máximo los recursos del nuevo medio, llevándolo todo al límite. 

*Andrea Carleos, Enero 2011

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