domingo, 23 de octubre de 2011

Ford y su Diligencia


John Ford (1 de febrero de 1894 – 31 de agosto de 1973) fue un director, actor y productor cinematográfico cosechador de grandes éxitos en el género del western.

En 1913, se muda a Hollywood para participar en las películas de su hermano Francis Ford -director, guionista y actor en la Universal Studios- como actor y ayudante de director. Desde 1917 empieza su carrera, propiamente dicha, como director, elaborando películas mudas –sobre todo westerns– para la Universal.  Logrando en 1924, su primer gran éxito: El caballo de hierro. Aún así, fue el cine sonoro el que lo catapultó hasta la lista de los grandes directores del cine, con películas como El Delator (1935), La Diligencia (1939), Las Uvas de la Ira (1940), Qué Verde Era mi Valle (1941) o El hombre Tranquilo (1952).

A finales de los años treinta, en una época en la que casi ningún director de relevancia se dedicaba a la realización de westerns –el propio Ford no había filmado ninguno desde 1926–, el cineasta estadounidense descubre, en el Collier’s Magazine, el relato de Ernest B. Haycox, Diligencia para Lordsburg, sobre el que Dudley Nichols construiría el guión de La Diligencia (Stagecoach, 1939). Aunque la historia de Haycox no estaba demasiado bien desarrollada para ser llevada al cine, Ford estima que sus personajes están creados en base a unos matices muy interesantes y, pese a todo, compra los derechos; pero, al tratarse de una película del Oeste –este género había quedado prácticamente relegado a la serie B–, John Ford no encontraba ningún productor que deseara entrar en el proyecto; hasta que, gracias a Walter Wanger, de la United Artists, puede finalmente comenzar el rodaje en el Monument Valley –lugar al que regresaría en numerosas ocasiones, hasta convertirlo en un paraje mítico–.

Fue pues, en 1939 cuando se puso a las órdenes del equipo creativo de La Diligencia, western que lo elevó a la categoría de leyenda y con la que, este género adquirió una categoría superior –además, de ser la primera colaboración importante que realizaba con John Wayne, el que sería su actor fetiche a lo largo de toda su carrera–.


Poesía, amor, odio, personajes estereotipados, morales y amorales que aparentan lo que no son, un claustrofóbico espacio, Monument Valley y la magia de Ford para describir el primer Gran Hermano de la gran pantalla[1]. La diligencia es la cumbre del cinema del Far West. Porque es uno de los grandes filmes de la historia cinematográfica, realizada por uno de los grandes maestros del cine; pero, sobre todo,  porque en ninguna otra película están retratados tan magistralmente todos los elementos que constituyen el Far West, género básico en la formación del cine actual.

La gran aventura de la marcha hacia el Oeste es una más de las historias que se narran acerca de la formación de los Estados Unidos. En su corta historia general –siguiendo toda la transformación desde la lejana colonia de cazadores hasta convertirse en primera potencia mundial, en menos de 180 años–, el Far West es una pequeña historia local. Sin embargo, el cine norteamericano ha sabido convertir la conquista del Oeste en una verdadera canción de gesta, al más puro estilo europeo. Todo lo que es el Far West y su leyenda, con sus hombres y sus aventuras, está metido en una diligencia y puesto a andar, correr y galopar por los grandes paisajes del Sur de los Estados Unidos, y mostrados desde la visión del ojo del narrador clásico –con el cuál nos podemos adelantar levemente a las acciones, pero siempre otorgando un punto de vista lógico que no desentone con la narrativa clásica hollywoodiense–.

De la misma forma que se produce en muchas de sus otras narraciones, John Ford eboca combinando la grandeza de los espacios abiertos,  con la rigurosa unidad espacial del carruaje, en el que, un pequeño grupo de nueve individuos –representativo de lo que serían las bases de la civilización norteamericana– se ven obligados a adentrase en a una peligrosa situación límite: cruzar el territorio indio para llegar a Lordsburg durante el alzamiento de uno de los más poderosos jefes indios, el temido Jerónimo. Semejante coyuntura le permite al director abordar uno de sus temas más empleados, el conocimiento y aceptación del Otro; pues, como en toda película de itinerario, el trayecto físico comporta otro moral.

De esta manera, los componentes del microcosmos norteamericano encerrado en la diligencia –el sheriff, el prófugo, el tahúr, el banquero, el médico alcohólico, el viajante, la dama, la chica de mala reputación y el conductor de la diligencia no solamente se irán mostrando tal y como son a causa de las trágicas circunstancias, sino que además adquirirán conciencia de su propia personalidad, redescubriendo simultáneamente el significado verdadero del concepto de sociedad. Cada mirada, cada verba nos dice algo más, haciendo que la historia avance sin detenerse.  Los personajes se van encontrando, se mueven y se miran buscándose unos a otros, en ese espacio tan pequeño, pero tan bien dibujado, en el que cada uno de ellos tiene su sitio. Ese es el toque del maestro Ford, personajes de un bajo estatus social que son capaces de representar los valores que más anhelaba: Valor, Lealtad y Camaradería. Un cine social de una época en la que la única ley era la pistola, en la que los hombres luchaban por su vida y los caballeros defendían a las hermosas damas.

El director quiere mostrarnos los vicios de la sociedad americana, la hipocresía burguesa y el lado más humano de los personajes ensalzando sus valores y virtudes: la prostituta bondadosa que ayuda a la soberbia dama-madre después de haber sido menospreciada por ella, el ingenuo delincuente fuera de la ley, el médico borrachín que ayuda a dar a luz a pesar de no parecer ser el más capacitado para tal menester. Personajes que fueron repudiados y sin un futuro patente, huyendo sin saber hacia dónde dirigirse. Pese a todo, su lealtad está fuera de toda duda. Como le dice Doc Boone (Thomas Mitchell) a Dallas (Claire Trevor) cuando son expulsados: “Somos victimas de una horrible enfermedad llamada prejuicios sociales.”

A efectos genéricos, La Diligencia se caracteriza por su función de obra-puente, ya que asimila ciertos aspectos de la tradición westeriana anterior –como ciertos elementos iconográficos, por ejemplo los sombreros o las grandes pistolas– y, por otro lado, asienta las bases de los westerns del futuro –siendo lo  más destacable, la aparición de una densidad psicológica de los personajes, desconocida hasta entonces dentro del género–. Igualmente son rasgos del paso hacia la modernidad, las tomas filmadas desde el techo de la diligencia, el uso del off visual –ligado al empleo de la bada sonora para determinar en cada momento quién está mirando y quién es observado–, el uso de la elipsis o el modo de  ejecución de la secuencia del ataque de los indios a la diligencia.

En este sentido, Ford vulnera sin problemas la ley del cambio de eje –durante el ataque a la diligencia, se producen hasta trece saltos de eje violentando los raccords de dirección y acción– con la única finalidad de crear en el espectador la sensación de que los protagonistas vayan donde vayan, no tendrán salida; pues todo indica –la orografía juega un papel fundamental en esta determinación– que el carricoche ha entrado en un bucle en el que sólo pueden correr en círculos mientras los indios se encuentran cada vez más y más cerca.

La diligencia corre por el gran valle vacío, negra en el interior del blanco desierto. Desde la lejanía, la cámara hace un movimiento y en primer término entran de golpe, vistos de espaldas, los indios que la acechan. La diligencia galopa furiosamente, con los enemigos indios acechando a gran velocidad, hasta que consiguen ponerse a los lados del vehículo y comienzan a atacarlo más ferozmente. El relato de esta persecución se muestra alternando largos travelling que siguen los movimientos de la diligencia, con los planos fijos de lo personaje que van en su interior. Cada uno reacciona a su manera, mientras tratan de defenderse a tiros. Es una de las maravillas del ritmo cinematográfico, el montaje se hace cada vez más corto para conseguir que el ritmo resulte cada vez más frenético. Cada plano tiene la duración estrictamente necesaria para narrar la acción correspondiente, pero el ritmo viene marcado desde la naturaleza de cada uno de los hechos que se suceden.

En el momento en que el jugador cae muerto de un flechazo –mientras, en un alarde de su caballerosidad y amor hacia la dama, había decidido matarla para evitar que los indios le causaran cualquier daño–, suenan unas leves notas musicales acompañadas del movimiento de la dama alzando su rostro y pronosticando, luego ya junto con los clarines, la llegada del Séptimo de Caballería. Es un modo de encajar la esperanza, que siempre se realiza de manera satisfactoria para confortar el optimismo norteamericano. La escena cumbre se remata de manera cumbre, para luego dar paso al enfrentamiento de Ringo con su pasado.

De idéntico modo, es necesario hacer hincapié en que el filme de Ford es el precursor de una serie de avances asignados, en cierta manera de forma errónea, a la película de Orson Welles, Ciudadano Kane (1940). Entre ellos cabe destacar el empleo de la profundidad de campo obtenida a través de la filmación con objetivos de gran angular, o  el recurso a un menor número de fuentes lumínicas artificiales merced al uso de emulsiones de mayor sensibilidad. Ello permitió la composición dramática empleando iluminaciones laterales y planos contrapicados que mostraban inusualmente los techos de los decorados.

La Diligencia no sólo obtendría un clamoroso éxito, provocando el renacimiento de los westers, sino que también supondría un antes y un después en la trayectoria cinematográfica de Ford, del género del oeste y del discurso fílmico.

Luego de dirigir más de doscientos filmes –entre los que cabe destacar, aquellos títulos en dónde se puede observar el perfecto tándem creado junto con John Wayne– John Ford, es después de Griffith, la imagen por antonomasia del cine americano. Sus películas se basan en una lírica insuperable gracias a su perfecto cálculo en el tiempo de cada plano, de cada secuencia. Por todo ello, hoy en día es uno de los directores más reconocidos, tanto a nivel académico, como entre los otros “grandes del cine”. Así, cuando a Orson Welles le preguntaron cuáles eran los tres directores que más admiraba, el respondió: “John Ford, John Ford y John Ford”.

* Andrea Carleos, Mayo 2011


[1] PEREA, E.: La Diligencia de John Ford, El primer Gran Hermano televisivo. http://www.twakan.com/numero25/Pelisecreta25.htm


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