Erich von Stroheim (Viena, 1885 - Maurepas
(Francia), 1957) llegó a Hollywood en
1914 para trabajar de figurante, especialista y actor. Sus conocimientos
militares –debido a los estudios que cursó en la Academia Militar de Viena– le
fueron muy útiles para convertirse en ayudante de dirección. Durante la Primera
Guerra Mundial encarnó
a malvados oficiales prusianos, convirtiéndose en un afamado actor, pero,
principalmente, es recordado en el mundo del espectáculo por su protagonismo en
un anuncio en el que se presentaba con la frase: "este es el hombre al que le gustaría odiar".
Se decantó por la labor de dirección luego de trabajar como actor y auxiliar de David W. Griffith en El nacimiento de una nación e Intolerancia (1916). Para ello convenció al productor Carl Laemmle, el creador de la Universal, para que le permitiera ser el guionista, productor y protagonista de Corazón olvidado, película en la que se inicia su interés por el naturalismo –con el que siempre se lo ha relacionado a lo largo de su obra– y por los personajes complejos. Luego de dirigir La ganzúa del diablo –la primera película que no protagonizará el mismo–, comenzaron sus problemas. Terminó el filme Esposas frívolas otorgándole una duración de cuatro horas, a lo que el director de producción, Irving Thalberg, se opuso, obligándolo a reducir su duración a la mitad; para luego, durante la grabación de Los amores de un príncipe ser despedido por falta de entendimiento con el equipo. Así, Erich von Stroheim se convirtió en el primer director en ser despedido de la historia del cine.
Se decantó por la labor de dirección luego de trabajar como actor y auxiliar de David W. Griffith en El nacimiento de una nación e Intolerancia (1916). Para ello convenció al productor Carl Laemmle, el creador de la Universal, para que le permitiera ser el guionista, productor y protagonista de Corazón olvidado, película en la que se inicia su interés por el naturalismo –con el que siempre se lo ha relacionado a lo largo de su obra– y por los personajes complejos. Luego de dirigir La ganzúa del diablo –la primera película que no protagonizará el mismo–, comenzaron sus problemas. Terminó el filme Esposas frívolas otorgándole una duración de cuatro horas, a lo que el director de producción, Irving Thalberg, se opuso, obligándolo a reducir su duración a la mitad; para luego, durante la grabación de Los amores de un príncipe ser despedido por falta de entendimiento con el equipo. Así, Erich von Stroheim se convirtió en el primer director en ser despedido de la historia del cine.
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Posiblemente, fue su sentido naturalista y la idea de la transposición de una serie de personajes y situaciones que se desligan de cualquier concepción moral, lo que más atrajo a Erich Von Stroheim de la pieza de Norris, puesto que su adaptación es una traslación directa, casi párrafo por párrafo, de McTeague.
El primer montaje que se hizo y que llegó a proyectarse a un número muy concreto de personas (entre los que se encontraba Irving Thalberg) tenía nueve horas de duración lo que no acababa de convencer a los mandamases. Defendida con uñas y dientes por su director, el film fue remontado por Rex Ingram, haciendo una fuerte reducción en el metraje y dejándolo en aproximadamente unas cinco horas. Sin embargo, Thalberg viendo el producto todavía inviable para su comercialización, ordenó a June Mathis una nueva reducción quedándose, en las poco más de dos horas con las que ha sobrevivido.
Su sinopsis podría ser presentada desde el
punto de vista de McTeague (Gibson Gowland) un hombre pobre que aspira a
acumular riquezas y conseguir todo aquello que se propone, entre lo que se
encuentra conquistar el corazón de Trina (ZaSu Pitts), la mujer de la que se enamoró
en el mismo instante en el que se la presentó su amigo Marcus (Jean Hersholt). El joven McTeague, con el tiempo y su esfuerzo se
convierte en un reputado dentista de San Francisco. Allí conoce a su mejor
amigo, Marcus, quien llega a ser para él como su hermano, y se casa con la
bella y bondadosa Trina. Sin embargo, la infelicidad acabará cayendo sobre
McTeague, justo cuando su existencia parece encaminarse a la plenitud. A Trina
le toca la lotería y, debido a ello, cambia radicalmente su personalidad,
transformándose en una mujer grotescamente avara que empieza a esconder su
dinero de los ojos de su propio marido. La llegada del dinero va a destrozar
para siempre las vidas de los tres y las va a precipitar en un pozo de avaricia
sin fondo. Con
este filme, Stroheim realiza un retrato a cerca de la codicia del ser humano y
sobre la miseria a la que le puede conducir un exceso de avaricia.
Avaricia, se convierte en un
ejemplo paradigmático de adaptación cinematográfica. Salvo la presentación del primer
bloque, que se centra en la vida de McTeague en la mina y que en la novela se
narra mediante retrospectivas, la película opta por un seguimiento concienzudo
de todo lo expuesto por Norris, sin apenas variar situaciones, espacios o
personajes. Al contrario, Stroheim hace suyos hasta los detalles más mínimos de
la escenografía mostrando una gran capacidad simbiótica, ya que éstos aparecen
tan próximos a la fuerte personalidad y al drástico carácter del cineasta como
al universo de su narrador literario. Avaricia,
por lo tanto, sigue los pasos esenciales de la novela llevados a la
representación audiovisual.

Otro de los aspectos que acercan y, a la
par, distancian la película de la novela es la progresión dramática con la que
se van desenvolviendo los distintos personajes. Si en el relato de Norris todo nos
lleva a pensar que la perversión y la realización de los actos más crueles se
halla dentro de los protagonistas desde el inicio de su existencia, en Stroheim
esto queda no queda tan claro.
La evidencia más obvia se encuentra en el
personaje de Trina, interpretado por la actriz Zasu Pitts. La dosificación de
la transformación de su personaje está calculada casi al milímetro. Su
conversión desde un ser tímido, prototipo de la inocencia que tanto venera
McTeague, al monstruo codicioso que se nos presenta en el último bloque del
filme, no se lleva a cabo de forma drástica ni atendiendo a un punto de giro
determinante sino que se muestra de forma paulatina mediante los gestos de
composición interpretativa de la actriz –centrado sobre todo en el uso de los
ojos: casi entornados al principio de la obra, se van abriendo a lo largo de la
película hasta aparecer totalmente desorbitados al final–. Stroheim, por tanto,
se aleja, en cierta medida, del tratamiento de caracteres efectuado por Norris,
pero no deja de ser fiel al espíritu del relato ya que su mirada sobre los
personajes, generalmente, se enlaza o se complementa con la del escritor.
En Avaricia encontramos rasgos
surrealistas, simbolistas, expresionistas, realistas, impresionistas… Billy Wilder ya se lo dijo a
Stroheim: “Su problema fue el de
adelantarse diez años a su tiempo”. A lo que él le respondió lo que todos
ya sabemos: “Veinte años, veinte”.