domingo, 20 de noviembre de 2011

Octubre, para un feo noviembre


Sergei Mikhailovich Eisenstein (Riga, 1898 – Moscú 1948), luego de estudiar arquitectura y bellas artes, fue captado por las milicias populares para participar en la Revolución de Octubre de 1917. Desde muy joven se sintió atraído por el mundo del espectáculo, lo que lo llevó a participar en distintas obras interpretadas para los soldados. En 1920 entró a formar parte del elenco del Teatro Obrero, pasando a convertirse en su director pocos meses después. Pero acabó abandonando el teatro, al descubrir las posibilidades que le aportaba el cine tras filmar el largometraje La huelga (Stachka, 1924).

Mientras realizaba este proyecto, le encargaron la creación de una película conmemorativa de los orígenes de la revolución, lo que acabaría siendo El acorazado Potemkin (1925) –el film sobre el que más se ha escrito a lo largo de la Historia del Séptimo Arte–; para, posteriormente, realizar Octubre (Oktiabr, 1927) inspirándose en la obra literaria de John Reed,  Diez días que conmovieron al mundola misma novela que inspiró Rojos (Reds, 1981) de Warren Beatty. Se trata, sin lugar a dudas de una de las películas claves del cine mudo, así como del asentamiento de los parámetros narrativos fílmicos. Una obra maestra con escenas muy elaboradas que confirman el nombre de Eisenstein como uno de integrantes en la lista de los grandes directores cinematográficos.

La película de Octubre –originalmente Октябрь (Oktyabr) en ruso–, fue encargada con motivo del décimo aniversario de la Revolución Bolchevique –segunda fase de la Revolución rusa de 1917, tras la Revolución de Febrero–. Stalin le pidió a Eisenstein que realizara esta obra, ofreciéndole las más avanzadas técnicas de la época para conseguir describir la masacre de San Petersburgo.

Así se hizo, y con Octubre se logra una perfecta reconstrucción de lo sucedido desde febrero a octubre de 1917 aunque, a la hora del montaje, el film tuvo importantes problemas con la censura; ya que, la percepción de Eisenstein de cómo se habían producido los hechos no coincidían exactamente con la visión que tenía el Partido Comunista. Por ello el estreno fue retrasado hasta 1928 –debido a la presión de algunos grupos influyentes– y el metraje original fue cortado en una duración aproximada de tres cuartos de hora.

Los protagonistas de Octubre –siguiendo la filosofía comunista– son el colectivo, las masas revolucionarias. Por ello, sólo aparecen algunos personajes individuales tales como Lenin, Trotsky –que finalmente fue eliminado del montaje definitivo– o Kerensky. Además, dando buena prueba de la fidelidad documentalista que se pretendía alcanzar, entre los personajes figuran también muchos de los protagonistas grupales de la Revolución, tales como los Guardias Rojos, los soldados o los marineros.

El tratamiento visual de éstos se hace mediante el empleo de arquetipos. Así, los bolcheviques son representados como personas inteligentes, combativas, líderes; mientras que los mencheviques –u otros “enemigos” de la Revolución– aparecen  retratados como seres malvados, deficientes o desagradables. Trabajando bajo el credo severo del comunismo, Eisenstein tuvo que caricaturizar los personajes principales de sus pelí­culas, de esa manera formuló sus propios principios de edición en 1924 a través del “Montaje de Atracciones”. Con él, Eisenstein elimina de su aparato creativo las rígidas leyes de continuidad visual y decide introducirse en el inexplorado principio de la creación por imágenes asociadas.

De esta manera, en una de las secuencia más célebres de  Octubre, yuxtapone la imagen de Aleksandr Kerensky a la de un pavo real mecánico. La cabeza y la cola abierta del metálico animal, relacionada con la imagen protocolaria que rodea a Kerensky en el Palacio de Invierno, constituye una de las más destacables metáforas cinematográficas sobre la burocracia.  El cine de Eisenstein, no obstante, es un ejemplo moderado de su teorí­a. La relación que crea entre un ave metálica y un hombre de uniforme, nos es una imagen que pretenda manipular, sino, más bien, acercarse a una construcción didáctica. Es cierto que al separar lo que se ve, de lo que se pretende mostrar, el espectador puede caer en cuenta de que están tratando de acercarnos de alguna manera a una concepción comunista, pero dicha yuxtaposición nace premeditadamente de una parodia debido al pavoneo exagerado de Kerensky.

La habilidad de Eisenstein y su experiencia en la dirección se percibe en los fluidos movimientos, en el ritmo que adquiere el montaje o en la construcción de intensas secuencias que dada la falta de costumbre por parte de los espectadores o a su consciente complejidad no fueron del todo entendidas por las jóvenes generaciones rusas.

Sus técnicas de montaje, según el propio Eisenstein, era la de crear un profundo efecto en las ideas de los espectadores creando un concepto nuevo gracias a la mezcla de imágenes[1]. Eisenstein rompe con los moldes tradicionales del montaje, en busca de –lo que él llamaba– un montaje intelectual, o montaje ideológico, en el que los objetos y los personajes se unen y se distancian, entran y salen, provocando un desconcierto en el espectador que lo obliga a reflexionar, preguntándose qué es lo que se está mostrando en la pantalla. Eisenstein propone el uso del montaje con libertad de situaciones y escenas elegidas de forma arbitraria, con independencia entre ellas pero con la orientación precisa para llegar a conseguir un determinado efecto temático. En este sentido, la secuencia de El Acorazado Potemkin de las escaleras de Odessa, sería un claro ejemplo.

En el caso de este director, sus obras son películas que van más allá de su propio argumento hasta que consiguen liberarse de él y acercarse al cine puro. Da igual de lo que se esté hablando, lo importante en esta ocasión no es el qué sino el cómo; y para ello emplea el montaje, creando ideas a partir de la unión de plano. Apelando a la inteligencia del espectador, emplea metáforas y rimas visuales, articulando un único sentido de la temporalidad y, así, alejarse de las otras artes, otorgándole al cine su propia consideración de arte.

El cine, todavía en nuestros días, sigue los esquemas narrativos que acogió de la literatura  clásica, el teatro, la fotografía o la pintura y, además, continúa usando la música como acompañamiento de las imágenes. Pero, obras como Octubre ponen sus miras mucho más allá de todas estas “limitaciones” y reclaman el derecho del cine como arte. Un arte, en el que el montaje es aquello que lo hace único pues sólo en el cine poseemos esta capacidad creativa.  

Eisenstein, atendiendo a todas estas premisas, fue un verdadero experimentador. Su estilo creativo estuvo condicionado por Pavlov o Freud, en el sentido de que empleaba el efecto que unas determinadas imágenes pudieran provocar en el subconsciente del espectador. Aunque, fue quizá esa visión vanguardista y experimental la que lo llevó a tener tantos problemas hacia el fin de su vida, cuando, escasamente podía rodar algunos films debido a la prohibición de Régimen.  


Finalmente, si hay un lugar indiscutible en la historia del cine para Sergei Eisenstein sería al lado de grandes maestros del cine mudo como David Griffith y Charles Chaplin. Gracias a ellos se asentaron las bases, que serían empleadas en las décadas posteriores por otros cineastas, como Alfred Hitchcock o Stanley Kubrick. El triunvirato mencionado logró convertir el cine algo muy diferente, más  allá de la máquina de propagandística que era en la época. Sin lugar a dudas, el director soviético jamás llegó a imaginar que estaba ayudando a la construcción de uno de los bienes de entretenimiento más relevantes del bando capitalista.


[1] VALDEZ MORGAN, Jorge LuisOctubre (Sergei Eisenstein, 1928) publicado en http://labitacoradehobsbawm.blogspot.com en abril de 2010.


*Andrea Carleos, Mayo 2011

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